viernes, 22 de febrero de 2013

Frieda Jung, poetisa nacional de Prusia Oriental



Frieda Jung nació el 4 de junio de 1865 en Kiaulkehmen ( 54°32'41.25"N, 22° 2'38.24"E) hija del pofesor August Jung (1826-1882) y de Wilhelmine Voullième (1823-1896)[1]. Era la hija menor de cinco hermanos. Su feliz infancia en Kiaulkehmen se vio interrumpida por la muerte de su padre, tras la cual su madre se trasladó a Gumbinnen con sus hijas mujeres. A la muerte de ésta, Frieda se mudó a Königsberg donde su hermano mayor, Albert, para hacerse cargo de los quehaceres domésticos y ocuparse de los niños.

Un matrimonio infortunado que alcanzó a durar apenas un año y la muerte de su hijo recién nacido, marcaron sus veinte años, como ella misma decía en un poema dedicado a la poetisa Johana Ambrosius, "con el dolor sentado a su mesa". Su principal consuelo lo encontraría en la fé. Frágil de salud, le resultaba difícil encontrar un empleo "para algunos era demasiado débil, para otros demasiado ignorante", escribía. Hasta que finalmente se emplea en un Jardín Infantil en Lyk (actual Elk, 53°49'31.52"N, 22°21'55.22"E). En los años siguientes se desempeñó en diversos jardines como educadora y como administradora.

La íntima relación con su pueblo determinan su poesía. Sus primeros poemas publicados el año 1900 muestran una calidez profunda "Algunas notas reparte el viento sobre el mundo y sucede aquello inaprensible que a uno lo hace detenerse una y otra vez y escuchar. Dejarse sentir como si se oyera en un bello y claro atardecer de otoño muy lejos del pueblo, el sonido de una armónica. Sin arte, suave, nostalgica ". Frieda Jung comprendió lo más profundo de la condición humana y lo registró con amorosa bondad y muy a menudo describe con un fino sentido del humor las cosas mundanas. La poetisa, que vivía en Isterburg en la primera década del siglo, se vuelve conocida y el verano de 1912 consigue adquirir una pequeña casa en el pueblo de Buddern, cerca de Angerburg. Pero el destino la obliga a abandonarla en 1914 huyendo junto a sus compatriotas del ejército ruso. Estos acontecimientos marcaron su obra dedicada a su patria. En su 60º cumpleaños en 1925 recibe un gran reconocimiento en el ayuntamiento de Insterburg. Poco después su salud se deteriora y el 14 de diciembre de 1929 deja de existir. Su tumba se encuentra en el cementerio de Insterburg.

PUBLICACIONES:
Gedichte, 1900
Maienregen — Gottessegen, 1906
Freud und Leid, 1907
Neue Gedichte, 1908
In der Morgensonne 19010
Aus Ostpreußens Leidenstagen
Gestern und heute 1928
Posee también numerosas canciones infantiles.



Frieda Jung escribía en su libro “In der Morgensonne, Kinderheiterinnerungen“, (”Bajo el sol matutino, recuerdos de infancia“), como su padre, maestro en Kiaulkehmen, narraba a sus hijas la historia familiar de su esposa Wilhelmine Voullième alrededor de 1873:

Otro día, estando, como siempre, sentados al atardecer en la esquina de la estufa de la cocina, Hanna y Martha en sillas bajas, nuestros padres y yo en una banca, Papá comienza a contarnos, sin que nadie le pida, historias sobre el tatarabuelo de Mamita. Yo tengo mi brazo tomado del suyo, y en las partes más bellas lo aprieto contra mi corazón.
Papá cuenta que hasta hace cincuenta años en nuestro pueblo vivían exclusivamente familias de hugonotes. Él detalla los nombres: Genée, Matthée, Harpin, Voullième, Girardin etc. [2] Cuatro de ellas se encuentran todavía en las granjas locales. El antepasado de Mamita llegó en su tiempo con otros compañeros de creencias desde la actual suiza francesa a nuestro pueblo, el cual entonces había sido despoblado por una horrible peste. Cansado de luchar y vagar, se estableció aquí. Al parecer,  obtuvo de entre los emigrantes una cierta posición de liderazgo, pues mientras los otros comenzaron de inmediato a ocuparse de la agricultura, fue para todos evidente, que él se dedicara a dar clases a los niños del pueblo.
“Lamentablemente no sabemos mucho de él”, se interrumpe Papá a sí mismo, “de lo poco que se ha contado de boca en boca, debe haber tenido un carácter taciturno. Incluso con su mujer hablaba sólo lo imprescindible y nunca contó nada de su llegada, ni de su patria."
Nunca de su patria – eso no lo concebíamos. “Eso nuestro Alberto lo hará distinto en América”, opina Hanna.
Mamá lanza un melancólico pensamiento sobre su cariño distante:“Pero él no se lleva heridas de su patria como el antepasado!”
Sí, eso es verdad! – ¿Pero nuestra antepasada no venía también de Suiza?
“Hasta donde yo sé”, responde papá, “era una niña vecina del pueblo. Y sólo piensen, que ambos no podían sentarse a comer a la mesa juntos. El hombre comía en la sala y la mujer en la cocina.” [3]
Yo rompo en carcajadas. “¡Cómo podía ser eso posible…!” – "¿Bah, y tal vez ella tenía que cocinarle siempre algo especialmente bueno?"
Mamá rechaza eso con decisión. “¿De dónde iba a sacarlo? La pobreza estaba sentada en todos los rincones. ¡Yo pienso, que era más por el cómo comer! ¡Pues los franceses son tan dados a las maneras finas!”
“¡Da lo mismo!”, dice Martha impertinentemente, “¡en tal caso yo comería justamente en la sala y él en la cocina!”  "-¡Si me caso! – “
Tras un largo ir y venir Papá sigue contando. Poco antes de su muerte el antepasado sacó todo tipo de libros y textos escritos de un viejo cofre, y su hijo, sentado en una esquina, se sorprendió de los volúmenes con cápsulas colgadas. El antepasado los leyó una vez más, lágrima tras lágrima corrieron por su cara amarillenta y de rasgos finos. ¿Qué habrán visto realmente sus ojos, en los que resplandecía aquella mirada peculiar, capaz de transportarlo por sobre mil millas, por sobre largos y grises años? La patria florida, una gran sala cuyas ventanas arqueadas miraban cumbres nevadas? Veía un denso tropel de calvinistas de mirada severa congregados alrededor del altar casero: “¡esta es mi sangre, este es mi cuerpo…!”
De pronto el antepasado hace una mueca de dolor, como si lo cogiera algún recuerdo particular. “¡O sí, ya no hay nada nuevo allí, desde que el edicto de Nantes fue abolido! ¡Libre como pájaro, quién no juró ante la 'única iglesia verdadera'!” –
Lentamente, amenazante se inflama una llama en sus ojos hundidos. “¡Mejor pobre en suelos extranjeros, desheredado, expatriado, que carente de libertad para creer, para pensar según su propio discernimiento!.”
Y entonces: lentamente toma la mano temblorosa libro a libro. “Deja viajar hacia allá. “La tijera oxidada no obedece con facilidad, pero ya está hecho – minuciosamente el nombre inscrito ha sido recortados de todas partes.
¡Y los viejos certificados! ¿Para qué? Un prusiano no necesita derechos franceses! Él luchará por otros nuevos, mejores. ¡Las llamas de la chimenea arden alto…! Un prusiano oriental, maestro de escuela de pueblo, se sienta encorvado sobre su taburete de madera – y pasa frío, -
Martha se cuelga sollozando del cuello de Mamá. “Yo lo dejaría comer siempre en la sala. ¡Yo misma no comería nada, para que él pueda recibir más! Si me caso." –
Hanna calla. Pero sus ojos brillan en la obscuridad. Tiene la mirada del antepasado, que transporta por sobre mil millas, por sobre largos y grises años.
Yo también regreso con dificultad desde otro mundo. “¿Por qué recortó el nombre de los libros?” pregunto suavemente “Cómo sabemos pues, que se llamaba V…? (Voullième)
Él se llamó así acá. Habrá que admitir, que su verdadero nombre era distinto [4]. El tío de Neunischken [5] dice que aquellos libros se pueden conseguir.”-
“¿Y pasó mucho tiempo hasta que los inmigrantes tuvieran aquí un verdadero hogar, sabes tú , si ya no tenían temor?"
Papá sacude la cabeza. “¡Yo creo que no! Respiraban aire alemán y escuchaban la lengua alemana, seguro que su corazón se volvió pronto también alemán."
Esa noche penetramos a tal punto en el pasado, que el ambiente se mantiene, incluso cuando Hanna trae la lámpara. Papá tiene una ponencia que preparar para la próxima conferencia de maestros del distrito, lo que en todo caso significa, comportarse de forma más silenciosa que de costumbre. De modo que los demás nos sentamos en círculo y pelamos porotos. Seguido del chisporroteo de hacer crujir de las vainas secas. Nuestros pensamientos vagan… vagan…
Mientras Papá hace una pequeña pausa Martha dice finalmente: “pues, simplemente, me gustaría saber todavía, si los inmigrantes a nuestra región...” – ella busca brevemente la palabra “...pues si trajeron una gran cultura”
“¡Es una idea que puede ser aceptada! Pues el hecho que en nuestro pueblo haya tan pocas supersticiones y tan, sorprendentemente, pocos hábitos populares, puede, en todo caso imputárseles a ellos. Yo pienso, que ellos se resistieron a aceptar algo que frente a su agudo entendimiento no tuviera sentido – y como eran mayoría, los demás tuvieron que participar de lo mismo.”
Para nuestra alegría Papá está de nuevo en medio y da rienda suelta a sus pensamientos. Vemos a los inmigrantes caminar con paso rígido y pensativo por los campos de nuestra patria.  en mi imaginación todos se ven como el tío Fritz [6] ,  que vive al lado – y escuchar, como todos ellos explican que un manojo de tallos unido con hebras de lana no es más que un mero manojo de tallos. Mientras, en otros pueblos están convencidos , que es un malvado mago, el que hace infértil los campos de granos, ellos dicen: “es la incapacidad y mal arado del vecino”.
También el mundo de los espíritus no los vemos esparcirse por el aire frente a ellos. Los “velos” de los fantasmas no se mantienen en pie frente a sus bastones.
Papá opina, ha habido durante las últimas dos generaciones sólo una bruja que logró ganarse la vida miserablemente en el mercado de pueblo de Kiaulkehmen. Y esto tampoco es totalmente cierto, pues no sabía más que anunciar con voz alta y hueca si en alguna parte había caído alguna pieza de ganado. 
Los ojos de Hanna parpadean, realmente, realmente, como si todo eso fuera un poco lamentable.
“Yo no encuentro”, grita Martha “¡todo debe ser representado, como realmente es!”
“¡Sí, sí! ¡Pero si después todo está tan desolado…! Otras regiones tienen pozos mágicos y prados de espíritus."
Y Hanna se ve, como si fuera capaz, de reconstruir el perdido mundo mágico de nuestros campos por sus propios medios.
El reloj da las nueve. Tras el guiño de Mamita busco un canasto y comienzo a echar las vainas secas de los porotos.  Oigo desde lejos un susurro con la voz de Papá. “Si los granjeros inmigrantes de los alrededores planificaron la instrucción escolar, no lo se. Respecto a vuestro antepasado sí se puede suponer con seguridad. Pero si hubiese ocurrido eso – la fuente de la que ella emanó, está en una tierra lejana; en la nueva patria hay sólo un áspero terruño, en el que cada cual aprendió a escribir su nombre y a leer letra impresa. A lo largo de muchos, muchos años años hubo en Kiaulkehmen solo clases regulares en invierno, en el verano los maestros y alumnos tenían cosas mejores que hacer. También tienen que pensar en eso…”
Nosotros meditamos. Y también todo lo otro, que esta noche que esta noche nos ocurrió, vuela, como buscando nuestra ubicación, nuevamente ante nosotros. Entonces de pronto cambia. Uno de los inmigrantes quiere de sobremanera, que yo haga un sortilegio. “encantada”, digo yo amigablemente y caigo en un profundo, profundo sueño – en nuestra sala todo está completamente obscuro.
La banca junto a la estufa sueña: había una vez.


En la foto de la derecha la familia Jung Voullième alrededor de 1862-63, antes del nacimiento de Frieda.: August Jung, su esposa Wilhelmine sus hijos August, Albert,  Johanna y Martha 



En otro pasaje de su obra, Frieda Jung describe a  Friedrich Voullíeme [6] y hace referencia al regalo que hizo a su esposa cuando aún era su novio.


Nuestro vecino más próximo, cuya granja quedaba apenas alrededor de 200 pasos de nosotros, era el tío Fritz , un hermano mayor de mi madre. Había sido maestro pero había abandonado su profesión por enfermedad y se había comprado acá un pequeño terreno. Mis padres lo querían mucho, mientras yo experimentaba por él más respeto que cariño. Papá nos solía llamar la atención, sobre el curioso tío granjero que teníamos, con su nariz arqueada y sus magníficos ojos, cuya sabiduría de la vida, siempre le surgía tan lenta y mesuradamente, que siempre se temía no llegaría a tiempo.
Y a veces no llegaba a tiempo. Entonces el tío opinaba más tarde: “ Yo quería decir…”. Y cualquiera que escuchaba lo que el tío había querido decir, experimentaba un gran pesar de que él no lo hubiera dicho realmente a tiempo, pues era una aguerrida conclusión, un maravilloso chiste o una inteligente exposición de cualquier asunto complicado. En cualquier caso algo bueno.
Frecuentemente el tío también llegaba a tiempo, y entonces su palabra iba de boca en boca y papá, que sentía una auténtica alegría frente a la inteligencia y la habilidad de los demás, decía radiante: “el cuñado Fritz opina…”
Que el tío Fritz no tuviera una tía Fritz, lo sentíamos todos de corazón. Ella había muerto el mismo año que yo aún ocupaba nuestra pequeña cuna y Albert atravesaba el mar azul [7] . Mamá decía de ella: “era tan amorosa como… no!, ...ustedes conocen no hay nadie así! Lina tal vez lo será” Lina era la menor de los niños del tío Fritz, de la misma edad que Marta. “Y sabes, Friedel,”-continuaba mamá- “en el futuro no mires tan atrevidamente el cuadro de las flores sobre la cama del tío, que él pintó cuando era novio. A él no le agrada…! Después te darás cuenta de ello!”.
Eso de “después” era sólo un concepto, que se podía usar aquí o allá. ¿Cuándo sería “después”? Para mí era a los ocho días, cuando el tío viajó a Gumbinen [8]  porque María y Lina y yo teníamos que hacer un encargo. Yo entré a la sala, que estaba vacía. Desde el lavadero venía un ruido de chirridos y chasquidos del lavado de ropa de ambas niñas. 
-“¿Quién está ahí?”       
-“yo”    
-“¿tú, Friedel? Bien, ven acá.”  
-“Ah! - antes quiero examinar como corresponde vuestro cuadro de flores” Yo ya estaba en el borde de la cama y extendía la mano.             
-“pero sin dañarlo!”      
Yo no respondí nada más. Con ambas manos sostuve el santuario. Pero algo así, naturalmente, no se puede examinar en medio de una gran sala. Para eso se requiere la más pequeña de las pequeñas habitaciones – tan pequeña, que sólo quepa yo, el cuadro y mi devoción.
Con tres o cuatro saltos subí la escalera [9] . Arriba junto a la ventana! Rodeada de cajas, arneses de caballo, viejos vestidos, el resto de la ropa húmeda. Una sábana mojada que no advertí me golpeó en las orejas. Me senté en una caja vacía de heno, el cuadro sobre mis rodillas levantadas.
En un instante estaba allí sentada con los ojos cerrados. Entonces los abrí despacio, solemnemente. ¡Oh Dios! ¡Una corona de rosas y nomeolvides, tan tierna, tan tierna! – ¡Y dentro, con letras pequeñas como perlas, un poema! Eché la cabeza hacia atrás ¿qué clase de idioma es este? Se entiende y no se entiende. Es más bello que las campanas de las iglesias de Nemmersdorf [10], tene que venir de un país en el cual las personas pueden volar! O me he sumergido en un lago azul y las olas baten sobre mí – silencio – ¿silencio? –
Era el primer poema de amor que leía en mi vida. Llevaba la firma: Goethe. Mientras viva no lo olvidaré jamás.
Cuando al día siguiente encontré al tío Fritz, yo iba en puntillas para caminar con delicadeza. Y llevé un ramo de rosas salvajes a la tumba de la tía.



[1] Wilhelmine Voullième, hija de Gottlieb (I) y Esther Matthe, hermana de Gottlieb (II) y Friedrich, los que eran, respectivamente, los abuelos paterno y materno de Erich y Bruno Voullième, que más tarde emigrarían a Sudamérica
[2] En este relato se revela que, después de más de 150 años y de varias generaciones de germanización cultural, el concepto "hugonote" y "calvinista" se confunden, y resulta indiferente el origen francés o suizo francófono de los antepasados. Probablemente es un mito familiar que Jean Jacques Vuilleme fue un refugiado religioso, pues probablemente emigró por razones económicas.
[3] Probablemente el relato confunde a la verdadera antepasada de los Voullième, Madelaine Guiot, quien inmigró con su marido Jacques Vuilleme desde Suiza, con Lidia Favre, la segunda esposa de éste, quien debe haber sido 30 o 40 años menor que él o quizás más.
[4]  Según la única fuente original que se conserva de la firma de dicho antepasado, el apellido debe haber sido Vuilleme. El registro oficial de ingreso al país lo registra como Villiene y en los registros de bautismo y matrimonio de Judtschen se escribe de diversos modos.
[5] Posiblemente se trata de David Voullième, hermano de Wilhelmine, o algún primo de ella que vivía en Neunischken, actual Priwolone (54.77239°N,21.9133°E)
[6] Friedrich Voullième (1815-1883) Maestro y alcalde en Kiaulkehmen, hijo de Gottlieb I y Esther Matthee. Cuando era vecino de la familia Jung, y ocurren los hechos contados por Frieda, era un hombre con cerca de 60 años. Después se mudaría a Kollatischen a 2 km de distancia. La hija mayor de Fritz fue Wilhelmine Henriette(1847-1892), quien había abandonado Kiaulkehmen cuando su prima Frieda tenía tres años, para casarse con su primo, Gottlieb Adolf, con quien se mudó a la ciudad de Memel. Ella sería la madre de Bruno y Erich Voullième, que emigraron a Sudamérica.
[7] Se trata de Henriette Jenett, nacida en Pieragienen (actual Angerlinde 54°38'40"N, 21°51'55"E) en 1823 y muerta en Kiaulkehmen en 1865, dejando 5 hijos: Henriette Willhelmine (18 años), Gustav, Amalie, Maria y Lina (5 años)
[8] La ciudad de Gumbinnen (54°36'N, 22°12É) en el departamento de Insterburg en Prusia Oriental. Si bien el origen de este asentamiento poblado se remonta al siglo XVI, con la llegada de los colonos suizos a la zona adquiere privilegios de ciudad en 1724. Corresponde a la actual Gusev en el Oblast de Kaliningrado
[9] Se trata de una escalera vertical de apoyo, al parecer acceso a una buhardila
[10] Nemmersdorf (54°31'23.51"N 22°4'9.84"E) a 2,5 km, era el centro poblado más cercano de Kiaulkehmen, probablemente el principal centro de servicios al que se solía acudir en la segunda mitad del siglo XIX. En la actualidad Mayakóvskoye en el Oblast Ruso de Kaliningrado





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